“Siempre tenía sueños con excremento animal’, me dijo Ramiro Vásquez, mi psicoterapeuta, recordado 24 semanas después de los apestosos detalles de aquel día de miércoles.
El día en que lo iban a asechar, Carla Rodriguez Castillo se levantó muy temprano, por la madrugada, para esperar el triciclo en que llegaba su hermano del pueblo de alado.
Había tenido un sueño que andaba por un bosque lleno de excremento sobre el piso, donde la garuaba hacía que el piso sea resbaloso. Por un instante creía que era el establo de mi padre, pero sólo fue un extraño sueño.
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